Era un incauto, de esos personajes desgarbados, de los que tienes que separarte.
Zalamero y liante, a pesar de jamás declarar sus trabajos al fisco para eludir el IVA, progresista hasta la médula, taciturno como ninguno, bastante pobre y muy miserable, escritor de tuits, pero nunca escribano, republicano y enemigo del rey que no conoce. Le podías mirar muchas veces caminando por los senderos que conducen por los alrededores de alguna masía, aprovechando para robar algo de fruta, no miento cuando digo que odiaba al rey, pero amaba el trabajo bien pagado como jardinero esporádico de los burgueses adinerados, dueños de grandes y costosas residencias, aquel buen hombre era el mejor en aquel trabajo.
De los pocos de su clase, sabía leer y escribir con dificultades, no obstante era poeta en el silencio de las noches, era poeta cuando dormía bajo los leds de una lámpara de algún hogar bien dispuesto, era poeta cuando lo acompañaban las bestias y los cervatillos, era poeta para él mismo porque nadie se podía dar cuenta que un pobre jardinero podía escribir y leer con una cierta soltura, podía crear melodiosas sinfonías con las letras. ¿Imagináis la reacción de los dueños de sus jardines? Pobre gandul. El miserable en esta historia no puede subir de escalón.
No puedo decir que no tenía ni siquiera un apartamento donde caer muerto, pues todos los miserables como él tienen un mundo a sus pies. Tienen lo verde de los montes para poder dormir, y la yerba para poder acostarse. Cuándo llega el frio del invierno no se puede negar que la calle no es una casa, donde haya un buen cajero o caliente estación de metro. No se puede pensar que si no tienes un metro cuadrado de ladrillo no hay hogar ¡Nada más falso! ¿No miras a los animales? no le pagan impuestos al estado, no tienen que trabajar todo el día bajo el sol como ustedes. ¡Son libres! ¡Y por supuesto que tienen hogar! Y admito que ni Felipe VI vive tan cómodo como aquel caballo pastando apaciblemente, ni tan feliz como los elefantes, ni tan cómodo como el cordero, ni tan libre como el cervatillo saltando entre los cerros. Pues el miserable jardinero-poeta sí tenía hogar. Donde cayera la noche era su casa.
Te debes preguntar cómo me di cuenta de su triste existencia. Pues hay una historia que parecerá tan fantástica como me pareció a mí, pero es tan real como que el Papa de Roma es un mortal y no inmortal y que algún día la muerte también tocará su puerta.
Se cuenta que saliendo de una dura jornada de trabajo en los jardines de un político importante adinerado el sr. Rocafort, fue sorprendido por un grupo de descuideros, ladrones de carteras en la ciudad y ladrones de ganado y gallinas en los campos.
Se sabe aquí en la comarca, que todo trabajador, hasta el más miserable jardinero que sale de una finca, lleva siempre algunos euros, pues el magnate para mostrar su poder era muy bondadoso con sus trabajadores. Manteniendo la constante vigilancia de las entradas y salidas de los operarios de estas grandes mansiones, los bandidos constantemente secuestraban a los trabajadores por ser presas fáciles para su indecorosa profesión. Le llegó el turno a nuestro personaje. Se dice que cinco bandidos lo estaban esperando para apalizarlo y quitarle el móvil y los 50 € que presumiblemente podía llevar y de paso, un paquete que llevaba a la oficina de correos para eníar. El sentido común del jardinero-poeta con el tiempo se intensificó y en aquel opresivo silencio sintió que algo andaba mal. Los vio, vio a aquellos secuaces con apariencia de gente normal y no se confió demasiado. Primero caminó muy rápidamente a pesar de su cojera, luego corrió como si su vida dependiera de sus pies, y de pronto, sin el ánimo de exagerar este relato el hombre entró en un bosque que nunca en su vida había visto, un bosque donde el verde era demasiado brillante y las sombras demasiado oscuras. El sol ya no estaba rodeado de bruma. Ya no era tímido el día, sino reluciente y puro.
Miró hacia atrás y no vio el camino de gravilla por el cual corría hace unos segundos, solo vio las más exuberantes flores que nunca pensó que existieran en la comarca. Todo su cuerpo se excitó al ser parte de una naturaleza tan salvaje y tan erótica. Caminó mucho y dejó tiradas sus herramientas. Esto lo tengo que escribir, pensó aquella mente de poeta. Pues se sentó bajo la sombra de un árbol de dos mil años, tan frondoso como su pobreza y se puso a escribir en una hoja amarillenta que encontró tirada en el suelo y tomó con ceremonia la pluma estilográfica que siempre llevaba encima y cuidadosamente empezó a escribir.
Alguien había estado ahí. Mientras escribía eufóricamente, escuchó un canto que parecía que bajaba del cielo, una voz tan aguda, tan suave, tan celeste y tan rica que no parecía ser emitida por ningún ser vivo de este planeta. Estoy muerto y este es el Edén, aquellos mal nacidos me mataron y mi Dios tan misericordioso me mandó a disfrutar de la vida eterna, pensó el miserable. El canto no cesó y sintió que más bien se acercaba y a tan solo unos cuantos metros delante de él deslumbró una figura femenina desnuda; con largos cabellos que llegaban hasta la cintura, sin nada que la cubriese, su piel era tan blanca que parecía translúcida, su fisionomía parecía tan fina pero a la vez la de una guerrera, sus caderas parecía que se mezclaban con el verde de los bosques y su sonrisa era salvaje, como la de una hiena que primero enamora a su presa y luego la devora.
No creía lo que sus ojos miraban, era como una especie de sueño, él había visto a muchas mujeres desnudas; a prostitutas y cortesanas, a campesinas y condesas. Las aventuras amorosas no le faltaron en su vida. Había tenido como amante a la esposa de un lord que era inválido, a una campesina que había conocido en Grecia, a todas las había amado y las había poseído con locura. Pero aquel ser que sus ojos miraban, era de una belleza incomprensible, innatural, increíble e inalcanzable ¿Un ángel? ¡Bendito sea Dios! Qué maravilloso cortejo tenía en el cielo! ¡Por supuesto que era un ángel de Dios! ¡Dios quería que los hombres trabajadores y honrados, aquellos que en vida han pasado tantas desgracias, aquellos miserables y pobres, la pasaran de lo grande en el cielo, se divirtieran y disfrutaran de los placeres que en vida les tuvieron que costar tanto! ¡Qué bueno, qué maravilloso, qué grandioso era Dios! ¡Amén y qué viva la muerte! ¡De los pobres será el Reino de Cielos! ¡De los pobres serán los ángeles desnudos! Y aquel hombre le dio gracias a Dios por la muerte que nunca había tenido, pero que él creía. No, no era un ángel de Dios, Dios no puede admitir tanto erotismo en sus campiñas ¡Pecado! ¡Imposible! Aquello era… era una ninfa. Él se creía muerto y en el cielo, sin saber que eso no había pasado, pero que estaba por pasar. ¡Pobre jardinero, hubiera sido mejor que lo mataran los bandidos!
Se dice, pues querido lector, que el jardinero que topó con una ninfa, con su belleza, con sus senos que parecían el cielo, desnudos, inmaculados, con aquella mujer que llevaba una esencia y unos efluvios que salían de sus caderas e inundaban todo. Sí, que no quepa duda que era una ninfa. ¡Cuidado! ¡No te vaya a matar la sed del placer! No puedo describir la excitación de aquel personaje porque no habrían palabras para relatarlo. Solo puedo decir lo que pasó después...
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